Descubrir la vida lugareña es conocer la obra de sus artistas; sus lugares, esos rincones sencillos y apacibles que se transforman en mágicos, en un texto descriptivo y exacto de la sustancia de nuestra tierra. Recrear la pluma de Lylia Hernández y su vivencia del ayer, rubricada en los albores de década del ’60, abre ventanas hacia el pasado y refleja un pueblo con aroma a glicinas y jazmines. Calles de tierra y designios, noches de luna “con un cielo tan ancho y tan cercano”.
Pensar en aquél lugar sencillo, naciente y casi embrionario del actual, atrae y apasiona. La fortaleza del espíritu se nutre de esto, del ayer que nos funda y fundamenta. Es que la patria, como escribiera Leopoldo Díaz, es la tierra donde se ha sufrido, soñado, luchado y vencido. Llueve y este tropel de recuerdos se apodera del presente invitándonos a pensar, creer y crecer; es el desafío de la evocación. Pasa el tiempo y seguimos caminando por esas callecitas de adoquines, buscamos el viejo puente y nos sentamos a la orilla del arroyo.
En épocas de avances tecnológicos, estallidos mediáticos y cacerías humanas, preferimos la templanza y el reparo, y que el único estrépito que se sienta sea el antiguo atronar de los carros en las mañanas del pueblo sobre el duro empedrado. Releer este “Canto a Brandsen” es bucear en la génesis de mi patria chica, en este paisaje de campo que cercaba el poblado y su “manso caserío que nacía en la plaza y que al desperezarse soñoliento iba a dar en el campo. Al pueblito amable que duerme en mi pasado con sus tranquilas calles arboladas donde bebí la esencia de este canto”.
Por Guillermo E. González – InfoBrandsen |info@infobrandsen.com.ar
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