Luciana Martínez es una ante todo una trabajadora incansable y una amante de la vida rural. Ella contagia entusiasmo, coraje, alegría y hasta genera un poco de sentimiento de culpa por las dilaciones y excusas que uno se suele poner para hacer ciertas cosas, aun teniendo todo a favor. Publicó Clarín.

Pasión, energía, decisión, valentía, compromiso, empatía, deseo de superación y progreso, visión colectiva, ganas, muchas, pero muchas ganas. Todo eso tiene esta mujer de 41 años que desde siempre vive en el campo y recién conoció lo que es vivir con energía eléctrica a los 28 años.

El amor por la ruralidad lo lleva en sus raíces. En Entre Ríos, sus abuelos maternos tenían campo y los paternos trabajaban la tierra, oficio que luego heredó su padre. En 1989, a los 8 años, Luciana dejó su Gualeguay natal y la familia se estableció en Brandsen, en la provincia de Buenos Aires, donde su papá consiguió un empleo como encargado de campo. Allí, cada día, su madre la subía a ella y a su hermano para llevarlos en sulky a la escuela. Un tiempo después, ya un poco más grandes, pudieron empezar a ir a caballo solos.

“Era duro. Los caminos eran complicados. Yo veía cómo era la vida de los otros chicos y nosotros no teníamos nada de eso. Teníamos un televisor blanco y negro a batería que se conectaba al auto y duraba un rato nomás. Pero era lindo”, repasa con una sonrisa.

Esa casa la dejó a los 17, cuando se casó con Gustavo, un trabajador rural con el que vive hace casi 25 años. “No tenemos hijos por decisión propia. La vida del campo es muy sacrificada y cuando tenés chicos no los podés someter a que queden aislados, a que no vivan otras cosas, porque si llueve no podés salir del campo, no pueden sociabilizar, los aislás mucho, entonces decidimos no tener hijos, nosotros hacemos el sacrificio porque nos gusta”, cuenta Luciana.

Desde hace 15 años están afincados en la localidad bonaerense de Altamirano, en un campo de cría de ganado vacuno, pero antes pasaron por otros establecimientos rurales en Gral. Belgrano y San Miguel del Monte. Al igual que en su infancia, hasta el día de doy sigue quedando aislada cada vez que llueven apenas 5 milímetros, y para salir del campo no tiene otra alternativa que recorrer los ocho kilómetros que la separan de la ruta a caballo. Ha llegado a estar un mes sin poder moverse de su casa. A pesar de todo, ama el campo y lo elige. No podría ser feliz en otro lugar. “Te tiene que gustar mucho, yo lo hago contenta”, reconoce.

Luciana lamenta que ya no quede gente viviendo en el campo. Dice que se debe, fundamentalmente, a que no hay conectividad, ni luz, ni caminos. “Apenas llueve un poco quedás aislado, cada vez somos menos mujeres, entonces ¿cómo vamos a sociabilizar? Las que estamos tenemos que romper esa barrera, abrir la tranquera y que se nos reconozca”, dice poniendo en relieve el rol fundamental de las mujeres en el ámbito rural.

En Altamirano, temprano, cada mañana, después del café y el pan tostado, sale a alimentar a sus 80 gallinas ponedoras libres de jaula, después lleva a las ovejas y corderos al piquete y, más tarde, hace las tareas de la casa. “El mayor trabajo es en la época de pariciones y el cuidado de los corderos frente al ataque de depredadores como zorros y perros salvajes. También tenés que tener cuidado de que no te las roben”, cuenta Luciana que llegó a manejar sola 100 madres con sus crías. “La oveja requiere mucha mano de obra, mucha atención, un cuidado intensivo y permanente, no es como la vaca”, explica. Ella recibe un porcentaje por la venta de los corderos y cuando esquilan, se queda con la lana que luego vende a las barracas.

Desde hace un par de años sumó la ganadería bovina, ocupándose de la cría en campo natural de doce vacas caretas que un vecino le deja tener en su establecimiento, cuyos teneros vende al destete.

Hace seis meses se integró la Sociedad Rural de Brandsen. “Me gusta el gremialismo y la gestión”, manifiesta.

Por un acuerdo con el INTA, Luciana entrega semillas del ProHuerta a las mujeres de la región en otoño y primavera. Este año, también recrió 50 pollitas ponedoras que el Instituto le dio durante un mes, para luego repartirlas entre familias rurales de la zona. “Es una experiencia relinda porque distribuís entre las familias a las que a veces no les llega nada”, destaca.

Además, como si su día tuviese 48 horas, cuenta: “Estudio, me capacito, me instruyo en cosas nuevas, en tecnología”. Hizo cursos de bitcoin, Excel, liderazgo, inglés y análisis FODA, organizados por Mujeres Rurales Argentinas en convenio con Fundación Banco La Pampa. Imparable. “Cuando te gusta algo, no te resulta tan difícil, y a mí todo lo que hago me gusta mucho”, dice y no caben dudas.

Objetivo y sacrificio

Cuando Luciana tiene una meta, no escatima esfuerzos ni se detiene ante nada. Entre 2009 y 2012 cursó el secundario en el pueblo. “Era mi objetivo terminarlo porque cuando estábamos en Varela, mi mamá solo me pudo llevar hasta la primaria”, explica.

Durante esos tres años, todos los días recorrió los 8 kilómetros que la separan del asfalto para tomar un colectivo que la acercaba a la escuela para tomar sus clases. “Con lluvia me tocó ir a caballo hasta la ruta, pero no falté ningún día. Mi marido me acompañaba y después se traía mi caballo. A la tarde noche, él me esperaba de nuevo en la ruta y volvíamos al campo. Todos los días, emponchada, pero no faltaba. Todo sacrificio vale la pena”, asegura.

La mujer rural

Hoy, a sus 41 años, Luciana siente que le “llegó el momento” de hacer visible el papel clave de las mujeres rurales. “Tenemos la oportunidad y tenemos que mostrar que somos muchas las que estamos trabajando en el campo y que somos fundamentales, porque si no estamos nosotras cada vez va a quedar menos gente acá y la familia se desintegra”, sostiene.

“Las mujeres trabajamos mucho tranqueras adentro y eso no se valora. Mi mamá toda la vida trabajó en el campo, criaba gallinas, cerdos, ovejas, hacía el tambo, todo. Mis abuelas, mis tías, mi suegra que hoy tiene 78 años, nunca fueron reconocidas”, cuestiona. Y asegura que “siempre detrás de un trabajador rural hay una mujer rural que produce y una familia detrás, pero a eso nunca se le dio visibilidad, nunca se reconoció ese trabajo, siempre se habla de “el hombre de campo”, no, no, nosotras también estamos acá”, defiende.

A partir de vincularse con el grupo Mujeres Rurales Argentinas, durante la pandemia, Luciana empezó a relacionarse con otras trabajadoras y productoras del campo. “Muchas de nosotras nos hemos visibilizado de una manera increíble, nos abrieron un montón de caminos que no teníamos, nos capacitamos, cambiamos y estamos muy agradecidas”, expresa.

En Altamirano, junto con el CEPT (Centro Educativo para la Producción Total) N° 18, hace dos años Luciana impulsó la formación de un grupo de 16 mujeres que viven y trabajan en la ruralidad. “Todavía cuesta un poco que se sumen, poder juntarse, pero estamos funcionando, se dictaron cursos, una de las chicas se lanzó con su propio emprendimiento a raíz de una capacitación que hicimos. Yo digo que, si le abro la cabeza a una sola, ya estoy feliz, porque una más ya dio el paso, y ella está fascinada, tiene un ingreso más, avanza”, dice con satisfacción.

Sueños y proyectos

Luciana es inquieta, curiosa, enérgica y tiene un enorme deseo de progreso. Por eso, siempre está pensando en aprender, incorporar nuevas actividades, transformar su realidad y la de las mujeres que están en el campo. “Algún día me gustaría tener ovejas propias, es mi proyecto a futuro”, confiesa. También planea aumentar el plantel de vacas y dedicarse más de lleno a la ganadería bovina.

Otra materia pendiente para ella es estudiar alguna carrera terciaria o universitaria, preferentemente vinculada a la Comunicación. “Quiero tener un título, no sé si hoy, mañana o pasado, pero en algún momento lo voy a hacer, sería coronar todo”, expresa.

Pero sus sueños no son solo individuales. “Tenemos que hacer que otras mujeres rurales se unan, que muestren lo que hacen y que eso se valore. Yo tengo muchas ganas de hacer cosas para visibilizarlas a ellas también”, cuenta.

A Luciana le gusta la gestión, tanto pública como privada. “Me gustaría ayudar a las personas, hacer que a la gente le lleguen las cosas. Voy a trabajar para que se reconozca a las mujeres rurales, que nos visibilicemos, que tengan medios para salir adelante y oportunidades, que cambie la realidad del campo”, enumera. Su aspiración es que en los lugares de poder haya más mujeres “que sean del territorio, no de escritorio”. Y aclara: “Ya que somos pocas, que la que llegue conozca de verdad lo que es el campo.

Ese es el camino por el que va Luciana. «Tengo claro y me di cuenta hace mucho tiempo de que si nosotras no nos involucramos, no nos vamos a visibilizar”, remarca. Y lo quiere hacer no solo por ella sino por todas las mujeres rurales. “Mis abuelas, mi mamá, mis tías, no tuvieron la oportunidad, yo quiero que a través mío se abra esa puerta y empecemos a ser visibles, que se escuche nuestra voz, y eso depende de que se nos de el lugar pero también de nosotras. Si nos quedamos quietitas, de brazos cruzados, no vamos a avanzar, no vamos a conseguir nada”, subraya.

Fuente: Clarín


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