María Eugenia Viaggi tenía un local de venta de empanadas, con su papá, en Coronel Brandsen. En mayo de 2019 se fue a Dinamarca, a Copenhague. Poco después de un año empezó a producir empanadas, primero para la comunidad argentina, y ahora desde un punto de venta provee a varios restaurantes. Además, vende al público. De aquellas 1200 unidades que alcanzó a vender en un fin de semana, ahora solo su principal cliente se lleva 10.000 por mes.
“Veía que la situación estaba complicándose -cuenta Viaggi a LA NACION- y decidí vender la llave y viajar para probar suerte. No tenía muy claro a dónde ir; estuve buscando información, había pensado en España por el idioma, pero me decidí por Dinamarca después de leer sobre su calidad de vida y el nivel de ingresos”.
Cuenta que se fue “con una mano atrás y otra adelante, como casi todos”. Empezó trabajando como moza, de seguridad en una estación de subte y en hoteles, pero, antes del inicio de la pandemia, se quedó sin trabajo. Aprovechó para empezar a hacer empanadas.
El emprendimiento cuenta con un punto de venta y provee a restaurantes.
“Empecé de prestado -afirma-. Steven, mi pareja, trabajaba en gastronomía y en el lugar me prestaron la cocina. No soy chef, pero me doy maña y tenía ganas de trabajar. Empecé vendiéndole a la comunidad de argentinos, mi novio me ayudó a ampliar la clientela a los daneses y fuimos avanzando”.
En marzo del año pasado, rentó una “cocina colectiva”, donde comparte el espacio con emprendedores de diferentes lugares del mundo. Este tipo de locales son frecuentes en Europa, están preparados para que haya varias propuestas y tienen un frente para venta al público, para retiro.
Las ventajas que ofrecen, repasa Viaggi, son -además de tener las instalaciones completas y todas las habilitaciones exigidas- económicas. Ingresó pagando por mes 4000 coronas danesas ($63.400) cuando alquilar un espacio le costaba unas 15.000 coronas mensuales y un depósito de 80.000.
“Sin esta cocina comunitaria no hubiera tenido ninguna posibilidad de instalarme, porque no tenía ese dinero -señala Viaggi-. Además, es interesante el intercambio de experiencias con los otros que están trabajando y hasta fijás la dirección de tu negocio allí. Fue el pie para empezar a vender en cantidad”.
Las recetas de las empanadas “clásicas” las pone Viaggi, mientras que Steven -quien aprendió a hacerlas- innova y suma gustos para atraer a otros públicos. Ya ofrecen veganas y se empiezan a preparar para que todo sea orgánico. “Es una característica que acá se valora mucho; hay mucha conciencia ambiental”.
Todas las empanadas son hechas a mano.
Entre sus clientes de restaurantes está el dueño mexicano de una serie de locales que sirven asado y que tienen a las empanadas como entrada. La mejor temporada de venta empieza en abril, donde hay más vida al aire libre. En tres meses Bakeit le vende unas 30.000 unidades solo a esa cadena.
Además de para llevar, montan un puesto de empanadas horneadas frente al local, en una feria: “Estar muy cerca del centro nos sumó clientes de otras nacionalidades, nos dio visibilidad”. Viaggi está convencida de que este es el primer paso de un proyecto gastronómico más amplio, donde conservará el que sea “todo casero”, como ahora.
“Me fui de la Argentina prometiéndole a mi papá Carlos que lograría tener algo propio -señala-. Gracias a él encontré mi vocación, él me ayudó con el primer negocio y cuando lo dejé me llevé ese luto de decir ‘no tengo lo mío’, por lo que sueño con un lugar físico propio”.
Fuente La Nación.
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