Por Natalia Marquart
La Deutsche Welle, importante medio nacional alemán, tituló el pasado viernes “Merkel, y su pedido de “toque de queda” para frenar al virus”.
Inmediatamente abajo hay una nota que reza: ¿Por qué el rechazo frontal en Alemania al toque de queda?. Pues si, en todos lados se cuecen habas ante un escenario inédito, ya que a pesar de que hemos convivido un año con el virus, nadie tiene la receta mágica para “aguantar la crisis” hasta que la solución llegue de la mano de la población vacunada e inmunizada.
Los casos? En eso también hay coincidencia con Argentina, pero Alemania tiene más de 83 millones de habitantes, 15 de ellos ya tienen la primera dosis de vacunas, y más de 5 millones y medio ya tienen la vacunación completa. Se estima que para mediados de junio, el 60% de la población tendrá aplicada una de las tantas que se comercializan, y en mayo ya podrán recibir la inoculación la población en general. Claro está que las coincidencias se terminan cuando de poder económico y potencia se habla, que se traduce en la innegable prioridad ante los mercados que negocian la entrega de la vacuna.
Llevo unos 28 días aquí, donde los comercios en general se encuentran cerrados y sólo están abiertos negocios gastronómicos bajo la modalidad “Take away”, supermercados, farmacias, etc. Los comercios permanecen cerrados desde el mes de noviembre y reciben ayuda económica de hasta el 80% del ingreso bruto anual. Nunca ha habido un paquete de ayuda tan grande en la historia de la República Federal de Alemania.
Además, los estados federados han puesto en marcha sus propios programas de ayuda. Sin embargo, también existe una fuerte demanda del sector comercial para poder operar presentando protocolos y protocolos que hasta ahora, no han tenido una respuesta por parte de las autoridades.
El próximo 26 de septiembre (si todo evoluciona como se espera), Alemania votará nuevas autoridades en un país compuesto por 16 estados federados que son (todavía) responsables de la aplicación práctica de medidas de protección contra el coronavirus. Y eso no es un dato menor, ya que marca la línea entre detractores de medidas, opositores del gobierno y la caldeada politización de las medidas sanitarias.
La gente anda con barbijos sólo en el centro de la ciudad, donde hay enormes carteles que te avisan y policías que te retan. También hay rebeldes, en un país que funciona y funcionó cumpliendo normas. ¿Marchas? Si, también existen, organizadas principalmente por los denominados “Pensadores laterales” (Querdenker). Bajo esa etiqueta se hallan extremistas de izquierda, de derecha, adeptos a las teorías conspirativas y opositores a las vacunas. Consideran injustificadas las medidas restrictivas contra la pandemia, con manifestaciones en diferentes capitales del país. La policía interviene y actúa.
El pasado 3 de abril, en Stuttgart desfilaron unas 2.500 personas. Las autoridades locales dispusieron un fuerte contingente policial para impedir los encontronazos con grupos de signo contrario que pretendían salirles al paso. Pero la mayoría de los alemanes acepta las condiciones sanitarias impuestas por un Estado que responde con un gran número de paquetes económicos y que tiene, desde un comienzo, a la pandemia como tema excluyente de su agenda.
Para algunos, los toques de queda van demasiado lejos porque son controvertidos entre los propios científicos. Los investigadores creen que no tienen lógica, porque el mayor peligro de contagio se produce en interiores. Pero la polémica va más allá de la eficacia de medida. La cuestión representa simbólicamente el equilibrio de poder en Alemania.
Para entenderlo mejor, merece la pena echar un vistazo a la historia. Una lección fundamental de la catástrofe del nacionalsocialismo fue el refuerzo de la descentralización. Por eso se decidió una estructura federal, en la que el Gobierno central es responsable sobre todo de la política exterior y seguridad. En temas como educación y salud, los estados federados toman sus propias decisiones. ¿Existe alguna coincidencia con el contrapunto del Gobierno de CABA y el Gobierno Nacional Argentino?. No lo sé, pero tengo la convicción que se lucha contra un enemigo que a veces no es tan claro como debería serlo.
El enemigo es el virus, el que mató en Alemania a más de 80.000 personas y a más de 59.000 compatriotas, que desguaza familias, trunca proyectos y demuestra, aquí y allá, que la fragilidad humana no tiene fronteras. Y las miserias, tampoco.
Natalia conoce, vivió y vive con el virus en Argentina y en Alemania. Dos países muy distintos, casi dos mundos, una misma pandemia y a pesar de las diferencias, un futuro incierto para ambos. Ella vive en Mannheim, cerca de Frankfurt y de Stuttgart
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